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das Mystische 2.1

MÍSTICO

“Es de hecho una sangre seca –escribe Marsilio Ficino-, espesa y negra la que produce la melancolía o bilis negra, que llena la cabeza con sus vapores, seca el cerebro y oprime sin descanso, día y noche, el alma con tétricas y espantosas visiones… Es por haber observado este fenómeno por lo que los médicos de la antigüedad afirmaron que el amor es una pasión cercana al morbo melancólico. El médico Rasis prescribe así, para curarse de él, el coito, el ayuno, la embriaguez, la marcha…”

Lo recuerda Giorgio Agamben a propósito del Eros Melancólico, enfermedad de filósofos, artistas y poetas.

Y yo lo traigo aquí para mostrarle a alguien (a alguien posible, ausente) que anduvo en ello enfocando desarregladamente; que nombró sin nombrar y sin poderse desprender de cierto peso; que nada apuntaba allí ni a Paracelso ni a Jacob Böhme; que lo observado no era más que la visión de un hombre herido, de un hombre derrotado.

Si la mística, para Juan de la Cruz, es la “llama del amor viva”, la ciencia del amor de lo que se puede amar (¿tocar?, ¿abrazar?), aun a sabiendas de que jamás será conocido por el pensamiento; y para Wittgenstein lo místico supone la delimitación correcta de lo decible y lo indecible, la constatación de que Dios no se manifiesta en este mundo, ¿a qué vino entonces esa confusión sin cuento?

El desarreglo, a veces, desde su cátedra de acción ingobernable, sonríe insatisfecho, y analiza su cabeza desnuda, que se parte en dos mitades. ¡He aquí la solución al enigma!, añade dando voces (lo que equivale a: ¡este tío es un autentico majadero!), y el mundo sigue girando.

Queda al menos (por si puede servirle a alguien) la intervención final, ajustada a derecho, de Giorgio Colli, que traigo aquí también, ahora, para evitar confusiones, es decir, para evitar maledicencias, en defensa de la palabra “pía”, de la palabra mancillada:

“Hoy como ayer la palabra místico no suena bien: al recibir esta denominación nuestros rostros se sonrojan o se ensombrecen. La buena sociedad de los filósofos no admite entre sus miembros a quien lleva tal nombre, y, por razones de etiqueta, lo proscribe. Hasta los más libres, como Nietzsche o Schopenhauer, rechazaban este nombre. Y sin embargo místico significa únicamente iniciado, el que ha sido introducido por otros o por él mismo en una experiencia, en un conocimiento que no es el cotidiano, que no está al alcance de todos”.

Así esperamos algunos que no pregunten más por este nombre, tan duro y transparente como cualquier nombre, o incluso mucho más duro y mucho más transparente que cualquier otro nombre.

Además, por si alguien pudiera aún dudarlo, Colli concluye:

“También el racionalismo es místico. En definitiva, se trata de reivindicar místico como epíteto honorífico”.

Y del amor, bajo el calor de los pinares griegos, mejor ni hablamos.

***

Apariciones y desapariciones. En Palos de la Frontera, a escasos metros del Monasterio de La Rábida, me entero de que Colón, antes de iniciar su particular descubrimiento, contó con la ayuda inestimable de cierta información privilegiada. Aunque no por ello, o quizás precisamente por ello, dejo yo de regresar al viejo poema de Agustín García Calvo, como hago siempre que soplan vientos colombinos, ese poema que nos cantaba Chicho Sánchez Ferlosio, con voz quebrada, en mañanas soleadas de invierno.

Horas más tarde, ya en Huelva, en la librería Saltés, confundo inexplicablemente a García Baena con Juan Cobos Wilkins (¡qué le vamos a hacer, un cruce más de cables!) y escapo después a la carrera con un ejemplar bajo el brazo de Derrida, un egipcio, pequeña joya de Peter Sloterdijk donde éste contextualiza y descontextualiza a partir de la obra del pensador neoegipcio, francoargelino o judío. Momentos antes de publicar Místico encuentro allí un nuevo ejemplo de la clase de alboroto que provoca la mención de la dichosa palabra. Y apunto aquí la experiencia, definitivamente, volviendo sobre una llama que, gracias a la lluvia, se apaga suavemente.

“Así, se defendió cortés y claramente –comenta Sloterdijk a propósito de Derrida-, cuando fue necesario, contra la tentativa de Jürgen Habermas, que ambicionaba hacer de él un místico judío. Y señaló con una ironía sutil, en respuesta a esa identificación incómoda: ‘Tampoco exijo, por lo tanto, que me lean como si fuera posible situarse frente a mis textos en un éxtasis intuitivo, pero sí que sean más prudentes en las puestas en relación, más críticos en las transposiciones y en los desvíos por contextos a menudo muy alejados de los míos’.”

Por lo demás, distintas tradiciones del transporte acaban depositándome de nuevo en casa.

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